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¿Ha desaparecido la publicidad de la televisión pública?
Los que no hemos conseguido, todavía, desconectarnos totalmente de la tele («la vemos poco», decimos la mayoría) disfrutamos desde principios de año de las dos cadenas públicas estatales sin publicidad. ¿Es cierto o es sólo aparente? Cuando se anunció la decisión gubernamental se suscitó alguna crítica desde la izquierda (en concreto, Gaspar Llamazares) en nombre de una defensa de lo público (la disminución de ingresos publicitarios ahogaría más a la televisión pública), aunque desde otros sectores de izquierda se apoyó la medida: lo grave de la situación es que ahora la neoliberal UE abre un expediente para investigar si la medida «defiende suficientemente lo privado».
Creo que la medida ha sido acertada y que sin ella habría sido impensable, por ejemplo, ver al periodista asturiano Javier Cuartas explicar cómo escribió «La biografía El Corte Inglés» y el libro no llegó a las librerías porque ECI compró (¿secuestró?) la edición completa (Y esto ocurría ¡en 1991!). Lo mismo hizo con la segunda. Si no me equivoco el libro llegó a publicarse gracias al apoyo del hace poco desaparecido Javier Ortiz.
Pero volviendo a la pregunta inicial ¿ha desaparecido la publicidad de la television pública? En absoluto. Hay dos espacios, crecientes y mezclados, en los que la publicidad es protagonista casi única: me atrevo a decir que no existirían sin ella. Me refiero a la información deportiva y a esos programas llamados de sociedad (el «famoseo»), cada vez más iguales, más indistinguibles por aquello de que el mercado es capaz de disolver toda diferencia. Siempre me extrañó la función que cumplían deportistas (futbolistas, en especial) y allegados balbuceando palabras inconexas o frases tópicas día tras día delante de unas decenas de micrófonos («lo que diga el míster», «el fútbol es así», «el partido dura noventa minutos»,…). Encontré la respuesta hace unos años cuando con ocasión de una huelga de futbolistas que consistía en abstenerse de hacer declaraciones (sic) durante la semana, al cabo de sólo tres o cuatro días, se produjo una enfurecida protesta de las empresas anunciantes: ¡está claro! Lo de menos es lo que dice el futbolista, entrenador,… ¡son meros figurantes¡ Lo esencial -como casi siempre- está detrás, todas esas decenas de logos de marcas comerciales que ahora también están delante, en el micro, de manera que es difícil ver la cara del que habla. Galeano dijo con mucho ingenio hace años que la final de la copa del mundo de fútbol la disputaban Nicky y Adidas, y no las selecciones aparentemente enfrentadas en el campo (en la «cancha» decía él). ¿Cómo es posible, sin traer a escena el papel de la publicidad, que un Telediario se divida en «lo que pasa en el mundo que no es deporte (fútbol)» -en boca de un presentador/a- y «deporte (o sea, fútbol)» – a cargo de otro presentador que toma asiento al mismo rango que el primero?
No ha desaparecido la publicidad, pero la pregunta es: ¿es posible en el capitalismo una televisión que no sea un trasiego continuado de mercancías?¿Es posible un deporte no mercantilizado, no profesionalizado, no espectáculo? La izquierda transformadora debería abrir este debate, pues forma parte de la cotidianeidad y es un elemento central de la construcción de hegemonía ideológica: ahí se «educa» materialmente la ciudadanía.